Desde mi infancia, experimenté una dificultad constante al intentar encajar en cualquier lugar y con las cosas propias de mi época. En ese contexto, heredé de mi hermano una afinidad por el cine de terror clásico. Juntos solíamos pasar noches enteras, sumergiéndonos en películas de horror de antaño salidas del videoclub en turno. También adquirí el amor por la música de mi padre. Recuerdo cómo me pedía que le descargara canciones norteñas y baladas clásicas para quemar discos que probablemente solo escucharía un par de veces antes de perderlos, repitiendo el proceso una y otra vez. Así fue como conocí a Emmanuel, Nino Bravo, Los Mier, Mocedades, Alberto Cortés, Piero, Nicola Di Bari… y Perales.
En mi adolescencia, deseaba distanciarme de lo que
representaba mi pasado y explorar lo que consideraba una música más
significativa. Fue entonces cuando me adentré en el rock clásico y en las
raíces del género que definieron una búsqueda personal. Renuncié a las melodías
familiares para construir una identidad con la que pudiera ser más funcional y
útil en la vida. Opté por apreciar la música que exploraba el alma y los
aspectos oscuros de la existencia, en lugar de simples canciones romanticonas.
Yo estaba muy triste en 2020 y 2021, en sintonía con muchos
otros. En ese tiempo, el teatro se había convertido en mi refugio. Sin embargo,
un día todo cambió. La pandemia puso fin abruptamente a gran parte de lo que
había construido a través del arte. Intenté generar proyectos alternativos,
tratando de presentar una verdad que merecía apreciarse por el mero esfuerzo.
Sin embargo, ninguno de ellos funcionó como esperaba. Al principio, mis
emociones estaban a flor de piel, pero al darme cuenta de que estas explosiones
afectivas no eran bien recibidas, opté por distanciarme. Me volví insensible,
adoptando una postura que nunca imaginé volver a asumir.
Al aproximarme a los treinta, decidí iniciar (nuevamente) en
busca de mejores oportunidades. Los años anteriores me habían enseñado que el
tiempo es SUMAMENTE valioso y todo puede cambiar en un instante. Me fui, sin
saber cuánto tiempo estaría fuera o si lograría algo significativo. Incluso
carecía de una comprensión clara de lo que deseaba alcanzar. Sin embargo, de un
día para otro, me mudé solo a Guadalajara, con la intención de participar en
talleres y volver a pisara un escenario físicamente.
Durante mis últimos días en Hermosillo, me cuestioné
profundamente mi camino. Mis sobrinas, las pequeñas hijas de mi hermano mayor,
habían nacido unos meses atrás. En medio de la incertidumbre, una escena
capturó mi atención: Observé a mi madre
sosteniendo a mis sobrinas y bailando al son de una canción de José Luis
Perales, "¿Y cómo es él?". Me divertí imaginando un futuro distante
en el que mi hermano les dedicaría esa canción como un padre protector y
celoso. En ese momento, las conexiones familiares se volvieron palpables, y por
primera vez en mucho tiempo, me sumergí plenamente en lo que sucedería a continuación.
Me establecí en Guadalajara, viviendo solo en un apartamento
en el centro. Cada rostro que encontraba en las calles era nuevo para mí. Me
sentía orgullosamente inexperto, pero el miedo también estaba presente. El
otoño traía consigo lluvias matinales constantes, y a menudo caminaba sin rumbo
fijo, explorando lo que la ciudad tenía para ofrecer. Las mañanas eran
acompañadas por listas de reproducción que me recordaban a casa y a tiempos más
simples. Fue durante ese tiempo que descubrí "Entre el agua y el
fuego", el álbum que considero el mejor de José Luis Perales. Cada melodía
era bonita y brillante, como cabe
esperar, y una canción en particular, "Canción de otoño", capturó mi
atención. En medio de la lluvia, los días grises y las calles vacías, sentí una
profunda conexión con la nostalgia y la melancolía buenrollera que transmitía.
Me di cuenta de que esa parte de mí era la que me hacía funcionar plenamente en
esos momentos. "Canción de otoño" se convirtió en mi banda sonora en
un momento en el que menos lo esperaba. Me abrí a las posibilidades de la vida
de una manera que nunca antes habría imaginado.
El último álbum de Perales, "Mirándote a los ojos", lanzado en 2019, recopilaba nuevas versiones de sus éxitos como autor e intérprete. Sin embargo, había una canción inédita que sobresalía. Aunque está muy lejos de ser su composición más conocida, para mí, representa a la perfección el inmenso artista que es José Luis Perales. En "Algunas Veces", el intérprete no se sumergía en el amor, ni en Dios ni en las convenciones románticas. Nos mostraba a un Perales en sus 74 años, enfrentando una industria transformada y cuestionándose qué queda después de todo. La canción exploraba la soledad y la importancia de estar en "silencio", una elección deliberada de estar solo mientras creas tus propios relatos y continúas maquinando la historia de tu vida. "Algunas veces sientes soledad estando acompañado..."
"Algunas veces" y los éxitos de Perales marcaron mi experiencia en Guadalajara. Aunque nunca estuve seguro de qué esperar, logré alcanzar mucho dentro de mí mismo. Monté mi propia obra por primera vez y volví a pisar un escenario. Aunque ninguno de mis conocidos estuvo presente para verlo, fue uno de los momentos más gratificantes de mi vida. Las letras de Perales me ayudaron a resignificar lo que estaba viviendo en ese momento. Me guiaron hacia un mejor camino, me permitieron volver a vincularme con mi madre y, posiblemente, a comprenderme a mí mismo de una manera más profunda. Ya no me preguntaba quién soy, sino quién quiero ser.
La gira "Baladas para una despedida" marcó la
despedida de Perales en España y Latinoamérica. Tuvo una actuación en
Guadalajara, en el Auditorio Telmex, y estuve allí. Regresé a Guadalajara un
año después solo para tener la oportunidad de ver a Perales por primera y única
vez en concierto. Estaba consciente de la trascendencia de ese momento. Esta
vez, experimenté el concierto en "silencio", dedicandome a escuchar y sentir, no mucho más,
esta vez no en soledad, sino compartiendo el momento colectivamente.
Descansa en paz, Tata Perales. Escribo estas palabras como una forma valida e inmediata de procesar este momento. Sin duda, habrá más personas que se irán, pero estaremos listos para despedirlos y recordarlos a través de su arte y su legado. Nos quedan los recuerdos, lo único que dejaremos después de todo.