El 10 de enero de este año se apagó la luz de una de las figuras más influyentes del rock internacional. Describir en apenas unas líneas el legado artístico y musical que Bowie deja detrás podría resultar ofensivo incluso para quien escribe esto, pero es posible al menos tratar de poner en perspectiva quien fue este hombre y por qué debemos recordarlo.
Un cáncer de hígado terminó con la vida de David Robert Jones, mejor conocido como David Bowie, hace hoy 6 meses, solamente dos días después de su cumpleaños número 69 y dejando como legado final “Blackstar”, un álbum oscuro y agridulce que marca su despedida y consolidación como una “estrella negra” que siempre intentó diferenciarse del resto.
Pero hoy no quiero escribir sobre su muerte, quiero hacerlo sobre su vida. 6 meses han sido más que suficientes para comprender que no podemos recordar a esta persona solo por el momento de su muerte e ignorar todo el cumulo de legados y experiencias que nos regaló por más de 5 décadas.
Musicalmente Bowie grabó 28 álbumes de estudio, 3 soundtracks y lanzó más de 50 álbumes recopilatorios y en directo. Participó en 49 videoclips de sus canciones, los cuales ahora son parte elemental de la cultura pop del siglo 20. Colaboró con personajes como Mick Jagger, Tina Turner, Queen, Marc Bolan, Bing Crosby y Trent Reznor.
Como productor musical (algo en lo que usualmente no se le da mucho crédito) hizo resurgir de las cenizas las carreras de sus amigos Iggy Pop y Lou Reed, además de impulsar al grupo Mott The Hoople regalándoles la emblemática canción “All the Young Dudes”.
Como actor, Bowie participó en más de una docena de películas, entre las que se incluyen las míticas “Labyrinth” y “The Man Who Fell to Earth”. Se dio el lujo de ser dirigido por pesos pesados como Martin Scorsese, David Lynch, Christopher Nolan y Nagisa Ōshima. Participó en casi una decena de obras de teatro y produjo otras tantas, como lo es “Lazarus”, la representación teatral que dejó al momento de su muerte.
En el mundo de la moda y la cultura popular, Bowie es tran trascendente como lo es musicalmente.
Un hombre fanático de Little Richard que intentó y fracasó muchas veces durante su juventud en su lucha por alcanzar el éxito. Algo que por fin le llegó a finales de los 60s y principios de los 70s. Aquella figura que de pronto apareció un día de 1972 en la televisión británica entonando “Starman” desafiaba los límites de lo que debería ser un artista pop por aquellos tiempos. Con un afiladísimo colmillo mercadológico y una visión artística que se encontraba adelantada increíblemente a su tiempo, Bowie supo construirse una carrera hasta conquistar el mundo con su arte.
Ese chico cabello de zanahoria, con sus peculiares trajes, conceptos y performances que influyeron directamente sobre la carrera de incontables artistas. El chico promiscuo y de sexualidad relajada que de pronto fue tragado por ese monstruo llamado “fama” y se vio obligado a luchar por su vida desde la boca de este. Durante su etapa glam se convertía en el escenario en “Ziggy Stardust”, un extraterrestre venido de Marte que llegaba a la tierra a repartir rock & roll y boogie, y cuyo ascenso y caída serían relatados en el álbum conceptual que lo lanzó definitivamente al estrellato “The Rise and Fall of Ziggy Stardust and the Spiders from Mars”. Este concepto extraterrestre se convirtió posteriormente en “Aladdin Sane”, una especie de versión estadounidense del personaje que sería utilizada en el álbum homónimo de 1973.
Bowie se convirtió después en “The Thin White Duke”, un oscuro catrín que reflejaba la lucha interna de Bowie con su adicción a la cocaína y su deseo de llevar las cosas al límite artísticamente con álbumes como el innovador “Station to Station”.
Los deseos de reinventarse musicalmente lo llevarían a Berlín a hacer una trilogía en la que colaboró con el artista de música ambiental Brian Eno. Esta etapa mostraba a un Bowie que crecía musicalmente. Su esfuerzo por permanecer limpio de drogas y realizar algo diferente en aquellos tiempos queda reflejado en una emblemática trilogía de discos compuesta por “Low”, “Heroes” y “Lodger”. La canción que da título al álbum meridiano de esta trilogía es ciertamente un icono para muchos de sus fanáticos alrededor del mundo.
Durante los 80s conoceríamos al David Bowie más netamente comercial de su carrera. De pronto, con la llegada del exitoso álbum “Let’s Dance”, veríamos a un Bowie más pop y convencional sobre los escenarios. Podríamos verlo cantar con Tina Turner mientras tomaba una Pepsi y aun así sabríamos que ese era el Bowie que se destacó precisamente por innovar brutalmente una década antes. Eventualmente sus discos dejaron de destacar lo suficiente y ese fue el momento en que Bowie se dio cuenta que era momento de reinventarse una vez más. Posteriormente se reiría del hecho mencionando a esta parte de los 80s como “su etapa Phil Collins”.
Tras continuar con discos más personales y discretos, Bowie se embarcaría en los 90s en un viaje de rock industrial y poco convencional que lo harían diferenciarse aún más de sus anteriores etapas. Fue el disco “Earthling” en el que comenzó a colaborar con Trent Reznor, líder del grupo Nine Inch Nails, en un cruce generacional que dividió a sobremanera a sus fanáticos.
Bowie continuó con discos más orgánicos como “Hours”, en los cuales realizaba la música que a él le interesaba hacer en ese momento, dejando de guiarse por alguna corriente o temática en específico. Lo hizo así hasta 2004, año en el que sufrió un infarto que casi le cuesta la vida.
Pasaron 9 años tras los cuales el mundo asumió que Bowie se había retirado para siempre hasta que en 2013 Bowie sorprendió al mundo con “The Next Day”, un álbum en el cual tomaba como concepto el presente/futuro y narraba la lucha entre el poder dejar atrás ese pasado y el moverse hacia adelante como artista.
“Blackstar”, su vigésimo quinto y último álbum, vio la luz el 8 de enero de 2016, el día de su cumpleaños número 69 y apenas dos días antes de su muerte. Esta obra final fue compuesta por Bowie con la latente posibilidad de que sería su despedida. Y así fue.
David Bowie fue un artista monumental que deja una lección valiosa y clara para aquellos que conocen lo que fue como artífice en sus distintas etapas y encarnaciones. Ese valor de la reinvención -laboral, artística, personal- está presente en todo lo que fue Bowie en vida. Su prolífica carrera solo es equiparable al mensaje de su música. Memorable es su manera de salir al mundo como un ser virtualmente inadaptado, arriesgado y libre de ataduras que supo hacer precisamente de esas características sus instrumentos primordiales para diferenciarse y triunfar. Unido a eso, su inquietud latente de llevar todo un paso más allá fue lo que marcó la diferencia entre lo que Bowie pudo haber sido y lo que fue.
Como Bowie aconsejó en el documental Inspirations de 1997 “Si te sientes seguro en el área en la cual trabajas, entonces no estás trabajando en el área correcta. Siempre ve un poco más profundo en el agua de lo que te sientes capaz de estar. Ve un poco más profundo en ti mismo. Cuando sientas que tus pies estén tocando el fondo, entonces estás en el lugar correcto para hacer algo emocionante”
Larga vida a David Bowie (1947-2016… y el legado continúa).
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